He encontrado este pequeño relato que escribí hace tiempo y me he dicho voy a compartirlo. La esperanza en una vida mejor es algo inherente al ser humano.
Ha vuelto a salir el sol. Hace
horas que empezó a amanecer. La negra noche siempre da paso a un nuevo día.
Mi hijo, Abdu, tiene cinco años.
Es moreno, como su progenitor. Es sólo en eso que se le parece. El corazón lo
tiene enorme. Y en eso ha salido a su abuelo materno, mi padre. -¡Pobre papá!
¡Lo que daría por tenerme con él en estos momentos!
Mi madre, Aisha, ha parido siete
hijos, tres varones, Shafic, Abdel y Hakim y cuatro hembras, Thoura, Naima, Nadira,
y yo, que soy la mayor de las cuatro. ¡La segunda a la que casaron!. ¿Qué otra
cosa podían haber hecho?
Antes que yo, casaron a Nadira.
Shafic, fue el único que pudo estudiar, con grandes sacrificios de toda la
familia. Teníamos un tio en el extranjero y gracias a eso él escapó de nuestra
desgracia. Ahora está trabajando en el hospital de Tánger, en el otro extremo
del Mediterráneo.
Vivíamos en un pueblecito muy
pequeño, en el centro del país. Nuestra vida era sencilla y humilde. Podíamos
comer y vestir, y poco más. Al caer el sol mi padre nos explicaba historias de
su familia, y casi cada noche inventaba un cuento increíble. Creo que es por
eso que yo siempre ando de aquí para allá fantaseando e inventando historias, y
evitar así volverme loca. ¡Nunca le agradeceré lo suficiente aquellos momentos!
Durante el día, las niñas
ayudábamos a mi madre en las tareas de la casa, y ella , a ratitos enseñaba a
leer y a contar a las pequeñas, y a sumar y restar a las mayores. No sabía más.
Pero quería que sus hijas no fueran unas analfabetas. Al colegio sólo fui hasta
los siete años. Los niños continuan la instrucción en la mezquita .
Tuve suerte. Mis padres eran un
poco diferentes a los de otros niños. Ya mi abuelo por parte de padre había
sido avanzado a su tiempo y había tenido acceso a libros que hoy están prohibidos.
¡Pensar! Esa era la máxima en casa. Pensar y tener criterio. Y eso es algo que
no se puede tener aquí. Es peligroso.
Mi pequeña hija, Mirna, está
conmigo. Creo que no será por mucho tiempo. Ella, y pensar en Abdu, son lo
único que me mantiene para poder seguir entera, en esta soledad. Veo la vida
por una rendija. ¡Incluso aquí tengo que ir tapada!. Yo sé que hay otros
mundos. Por eso estoy aquí. Porque amo la vida. Y sé lo que no quiero. No me
arrepiento de lo que hacía. Me dedicaría a ello una y mil veces.
Hace un instante ha entrado la
guardiana de este horrendo lugar. Sólo me ha dicho una cosa: ¡Las calles están
abarrotadas de gente pidiendo libertad!
-
Aisha, sabes a ciencia cierta que si tu marido aún
estuviese entre nosotros, aunque no aprobara las formas, estaría encantado con
todo lo que está ocurriendo. Jamás hubiésemos pensado en la posibilidad de
volver a ver a Miriam. Me entristece pensar en ella, cuando vuelva y sepa de esta enorme pérdida.
-
Tienes tanta razón Dikra. Siento un gran pesar por mi hija y además tengo
muchísimo miedo. No sabemos como seguirán los acontecimientos, quién se alzará
con el poder, quién será el siguiente en manejar nuestras vidas.
-
Debemos tener esperanza y creer en nuestro pueblo. A
pesar de la ignorancia, los hombres también están cansados.
-
Sí, es cierto, pero ¿sabremos encauzar estas ansias de
libertad? Recuerda nuestro padre y sus tan sabias palabras cuando se refería a
las revoluciones que se habían dado en la historia no tan lejana.
-
Tal vez ahora podamos nosotras intervenir en la vida
pública. Deben haber otras como Miriam.
Se oyen estruendos no muy
lejanos. ¡Dios! Tal vez vuelva a ver el sol fuera de estas paredes. Si eso
ocurre seguiré con la instrucción de mis pocas, pero valientes alumnas. No
tengo miedo. Necesito creer en que nosotras podemos conseguir un lugar mejor,
en el que podamos ser, hablar, reír, elegir, decidir, y ser escuchadas: ¡existir! De unos años para acá esto ha sido terrible.
Cambió pero a peor. Nadie puede imaginar lo que es vivir peor que un perro, sin
nada, sin posibilidades, con la imperiosa obligación de estar subyugada a un
hombre para poder seguir tan solo respirando. Nadie puede imaginar lo que es no
poder oír una canción, no poder leer, no poder casi pensar, siempre con miedo a
que otras que también son esclavas como tú, puedan llegar a adivinar lo que
pasa por tu mente y puedan delatarte. Siempre en alerta atenta, haciendo lo
poco, que aquí es mucho, que puede hacerse. ¡Las creencias que adquirimos de
pequeñas son tan nefastas tantas veces! Y sin embargo la lucha te mantiene
viva, con miedo, pero con ilusión. Tal vez este llegando nuestro momento…
Imagen extraída de www.techlosofy.com |
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