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19 de marzo de 2013

Estupefacción frente a la tortura.

Ayer cometí un pequeño error para mi equilibrio emocional. Puse la radio mientras desayunaba. Y si bien es verdad que se oyen pocas noticias buenas a lo largo del día, ayer una me hizo daño especialmente. Empiezo a controlar la rabia, y el cabreo,  reconozco que no siempre con éxito, aún he de practicar mucho.  Ayer al escuchar que en la invasión disfrazada que hicimos a Irak no hace demasiado, un grupito de unos cuatro soldados españoles, torturaron a unos indefensos irakíes, más que rabia, sentí estupefacción y dolor. ¡Menos mal que nuestra intervención era humanitaria!
Debe ser que aún soy joven y aún tengo a mis 46 primaveras la capacidad de sorprenderme. Aún me cuesta aceptar que hay personas que están en un punto de su propio proceso evolutivo más cercano a los reptiles que a los simios. Y como he entendido que al poner etiquetas a la gente, la mayor parte de veces se yerra, ando quedándome con las ganas, no de etiquetar a estos soldaditos, sino de que les practicasen una disección en el cerebro, para intentar ver qué les pasa por esa cabeza, si lo que en ella hay es o no corriente.
Ya sé que la tortura ha existido siempre, que hay psicópatas que no sienten la mínima empatía por el resto de seres, y me pregunto qué podemos hacer para detectarlos antes de que actúen porque no lo sé. 
Me sorprende y me hace daño escuchar cómo están vejando, maltratando a un ser humano, y se mofan, y se divierten, con la inmunidad que da saberse con el poder o el anonimato. Y me pregunto a cuántos psicópatas debo tener cerca sin ni siquiera sospecharlo, porque no se distinguen por lo físico.
Así que me digo a mi misma que no debo tener miedo de algo que es una fantasía. Sin embargo, que se lo pregunten a los irakíes o a cualquier civil que tenga cerca a alguien armado y con uniforme. En cualquier soldado deben ver un psicópata. ¡Como para andar sin precaución!. Y no todos deben serlo, claro está.
Tal vez el único camino de mejora del ser humano es la educación desde el corazón. Una educación en el pensamiento crítico, capaz de poner en tela de juicio lo aprendido, y que enseñe a nuestros pequeños a ser mejores personas, y pongan su intención en ser felices, contribuyendo a que también el resto de seres puedan serlo. Pensar no sólo en la felicidad propia, pensar en la de los demás, es la vía.
Estoy leyendo el recomendable libro "El monje y el filósofo", editorial Urano, una conversación entre el filósofo Jean-François Revel y su hijo, el monje budista Matthieu Ricard. Citaré un trocito muy interesante a colación con el tema de la tortura que es una evidentísima forma que adquiere la violencia. Y dice Matthieu Ricard en la página 200, respecto a la violencia en el ser humano y a modo de poder explicarla : "Podemos comprender esta idea de "naturaleza verdadera" en el sentido de un estado de equilibrio del ser humano, y la violencia como un desequilibrio. La prueba de que la violencia no se halla en la naturaleza profunda del hombre es que provoca sufrimiento tanto al que la padece como al que la inflinge. La aspiración íntima del hombre es la felicidad..." y dice también en la página 204: " Me gustaría situar esto no en el plano del análisis de las causas políticas y geográficas, sino de los procesos mentales que llevan al estallido del odio".  Y después añade: "...Incluso si globalmente la violencia no cesa de surgir, la única manera de ponerle remedio es la transformación de los individuos. Esta transformación puede hacerse extensiva del individuo a su familia....Es posible alcanzar ese objetivo en la medida en que cada cual aporte su grano de arena, en que el sentido de la "responsabilidad universal" de los seres entre sí sea cada vez más amplio".
A todo esto , me queda mucho por aprender. Lo primero es cambiar mi perspectiva cada vez que me enfado y observar.  Algún día entenderé mucho más que ahora.

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