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19 de agosto de 2017

En defensa de la cordura y el pensamiento crítico. Mi condena al terror.

Hace ya muchos días, tal vez demasiados, que no escribía una entrada en este blog. Motivos, los de siempre, falta de tiempo y de suficiente inquietud para tomar el teclado por terapeuta, demasiados frentes abiertos... Esta tarde me debatía entre irme a dar un baño en ese sufrido mar Mediterráneo, que tengo relativamente cerca, o quedarme un rato frente a esta pantalla que me conecta al mundo. He optado, como es fácil entender si estás leyendo esto, por volcarme en las letras para sacar el dolor, y la impotencia. Más que rabia, siento estupefacción, aunque esta historia se repita tan a menudo ya, y tan cerca ayer, en mi querida Barcelona. Constatar por enésima vez lo mayúsculamente imbéciles que llegamos a ser los seres humanos no me consuela. Y es que cada atentado que sucede en este mundo nuestro es un latigazo a la cordura, a la alegría de la vida, al amor de cada madre y al de cada cada padre, hermano o amiga... En cada atentado sin sentido, en cada muerte, tenemos la muestra de nuestra rudimentaria inteligencia, o mejor, en términos de José Antonio Marina, del fracaso de nuestra inteligencia como sociedad. Hoy ha sido Barcelona. Cada día es en otros lugares. India, Pakistán, Francia, Holanda, Indonesia, Egipto, Nigeria, Yemen Somalia, Afganistán...una lista que no acaba.

Son muchas las veces que me pregunto cómo funcionan nuestras conexiones neuronales, qué es lo que nos permite accionar el terrible botón de la sinrazón y darle un Ok a matar, a insultar, a infravalorar a otro ser humano, qué es lo que nos hace entrar en la convicción de que estamos haciendo lo correcto. Porque no me cabe duda de que estos adolescentes que matan por un ideal, están convencidos de hacer lo que deben y no dejan de ser objeto de un engranaje mucho más complejo y de orden mayor, que es al que hay que dirigirse con espíritu crítico.

Me pongo a pensar y a leer, necesito saber más que lo que explican los noticieros, busco más allá de la rabia del momento, en autoras con cierta credibilidad, mujeres que están cerca de la realidad de esos países que llamamos islalmistas, en nuestra ignorancia, que a nosotros nos parecen todos iguales, y de los que también tendemos a creer que sus pobladores están uniformizados. Busco en periodistas que han viajado por todo el mundo y cuyos trabajos previos me merecen un respeto. Me suscribo a revistas que de otro modo no podrían tirar adelante sus proyectos de periodismo crítico o feminista (5W o Píkara Magazine).

Y me sigo haciendo preguntas como para qué sirve tanto pensar, o de qué sirve querer ser ecuánime, o para qué defender la inteligencia crítica, el debate y la defensa del amor y la libertad. Y, a pesar de no entender casi nada, sigo creyendo que sí hay un motivo: sigo apostando por un mundo donde poder caminar sin miedo a ser quien soy y poder ser como siento que soy. No quiero un mundo donde los extremistas se hagan con el poder para decidir cómo tengo que vivir mi vida. No quiero un mundo gobernado por ku-kluxtanistas, por fascistas o por fanáticos, religiosos o no, de cualquier tipo. Y tampoco quiero un mundo en el que he de vestir como necesita el mercado para vender, ni un mundo en que si no me depilo, soy una guarra, o un mundo donde si me atrevo a expresar lo bien que me lo paso en la cama me miren raro como poco...

Cualquier país ha vivido períodos de mayor o menor intransigencia, y creo que hemos de ser capaces de darnos cuenta de los instrumentos que se utilizan para lo de siempre: que unas minorías vivan a cuerpo de rey a costa del sufrimiento de la mayor parte de la gente. Sin embargo las masas somos fácilmente domesticadas y reconducidas y en muchos casos creyendo que somos libres. 

La libertad tiene un precio: requiere lucidez, coraje y amor a todo lo que respira, más allá de las creencias que todas poseemos. Si nos creemos en posesión de la Verdad y queremos doblegar a otras personas ya estamos fallando. 


Cada cual es libre de tener sus creencias. De lo que no es libre es de coartar la libertad de otras personas. Las religiones son cuestión de fe y ahí la razón no tiene camino, topa con un enorme muro. Por eso defiendo la libertad religiosa en la esfera privada. La esfera de lo público debe regirse por la razón y la posibilidad de mejora día a día, para poder avanzar y no quedarnos anclados en épocas anteriores o en sistemas que oprimen a gran parte de la población.

En estos momentos, no dejo de ver la manipulación que ejerce en el discurso algún cargo de la Iglesia Católica (no hay más que escuchar la vergonzosa manera de expresarse del encargado de la misa - no conozco su nombre todavía- de Madrid que se hizo tras los atentados de este 17 de agosto) y que me empujan a la apostasía de una vez por todas. ¿Cómo se puede incitar al odio de esa forma y encima poner tonillo en la voz de santidad? ¡Ay, si su Jesucristo levantara la cabeza! Tal vez volvería a echar a los mercaderes del templo...

Y en estos momentos más que nunca necesitamos pedir al Islam y a las gentes que profesan esta fe  y que declaran que es una religión de paz que revisen sus textos, que se cuestionen las verdades incuestionables, que hagan el esfuerzo de adaptarse a los tiempos y pongan en tela de juicio algunas de sus verdades. Tal vez así se pueda recuperar ese otro camino de amor que es el que sienten muchas personas de esa confesión y podamos entre todas construir una convivencia pacífica, en la que sepamos distinguir entre la esfera pública y la privada. El espació público, en el que todas convivimos ha de regirse por unas normas de respeto a las creencias de los otros aunque no sean las nuestras.

 No sé si tenemos arreglo como especie, y sin embargo, si hay una posibilidad de salvación es el cultivo del espíritu crítico generalizado y de la diversidad. Lee y observa dónde estás tú. Intenta salir de ti y ampliarás tu visión. Necesitamos aprender a convivir.




Lecturas recomendadas:

Ayaan Hirsi Ali, Reformemos el Islam, ed. Galaxia Gutemberg, 2015
La autora escribe desde su propia experiencia y es muy ilustrativo lo que explica.

José Antonio Marina, La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, ed. Anagrama, 2005




Escrito que estos días merece algo de nuestro tiempo:






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